La codicia petrolera enterró el tratado global contra el plástico

Un tratado histórico que pudo cambiarlo todo… pero no pasó.

El mundo lleva años esperando un acuerdo global contra el plástico. Desde marzo de 2022, cuando la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente aprobó el mandato para crear un tratado jurídicamente vinculante, se han realizado cinco rondas de negociación: Punta del Este (2022), París (2023), Nairobi (2023), Ottawa (2024), Busan (2024) y ahora Ginebra en agosto de 2025. Todas han terminado igual: sin un consenso real.

El objetivo del tratado es ambicioso —y necesario—: abordar el ciclo completo del plástico, desde la producción hasta la gestión de residuos. Eso significa poner límites a la producción de plásticos vírgenes, reducir los de un solo uso, fomentar alternativas y fortalecer la eliminación segura y el reciclaje.

Entre el 5 y el 14 de agosto de 2025, más de 170 países se reunieron en Suiza con la esperanza de, por fin, lograrlo. Pero una vez más, la historia acabó en frustración: las petroleras y los países productores de crudo bloquearon cualquier avance que tocara sus intereses. Lo que pudo ser un paso gigante contra la crisis de los plásticos se transformó en otro callejón sin salida diplomático.

¿Qué pasó en la mesa de negociación?

El borrador que se discutió en Ginebra no era un simple papel. Contenía medidas que podían haber marcado un antes y un después en la lucha contra la contaminación plástica:

  • Límites a la producción mundial de plásticos vírgenes

    → Porque mientras la producción siga creciendo (se proyecta +70% hacia 2040), reciclar será como intentar vaciar el mar con una cuchara. Atacar la producción es atacar la raíz del problema.
  • Eliminación progresiva de plásticos de un solo uso

    El 40% de todo el plástico que fabricamos se usa una sola vez y termina como basura casi inmediata. Quitarlos del mercado es cortar de golpe una de las fuentes más absurdas de contaminación.
  • Compromisos vinculantes de reciclaje y gestión de residuos

    Hoy solo el 9% del plástico se recicla en el mundo. Sin reglas que obliguen a los países y a las empresas, la mayoría termina en vertederos, ríos o mares.
  • Apoyo a alternativas circulares y materiales sostenibles

    → Incentivar innovación en envases biodegradables o sistemas de reutilización masiva puede transformar la economía global del plástico en un modelo más sano y menos dependiente del petróleo.

Suena lógico, ¿no? Pero ahí vino el choque.

¿Por qué el bloque petrolero dijo no?

El rechazo vino encabezado por Arabia Saudí y un grupo de países productores de petróleo. Para ellos, aceptar límites a la producción de plásticos era un suicidio económico.

El petróleo ya no reina como antes: las energías renovables, la electrificación del transporte y las regulaciones climáticas están debilitando su rol como fuente de energía. Ante esa pérdida de terreno, las petroleras encontraron en el plástico un salvavidas.

Hoy, más del 99% del plástico proviene de combustibles fósiles. Cada bolsa, cada envase y cada microfibra sintética es petróleo disfrazado. Y la proyección es clara: mientras caen las ventas de combustibles, los plásticos se han convertido en la rama con mayor crecimiento de ingresos para la industria petrolera.

En otras palabras: reducir el plástico equivale a reducir el negocio que les mantiene a flote en un mundo que cada vez necesita menos gasolina. Por eso, en la mesa de Ginebra, el lobby petroquímico se levantó como un muro contra cualquier cláusula que hablara de “producción limitada”.

El ejército del lobby petroquímico

En Ginebra, la desigualdad no estaba solo en los discursos, también en los números. Más de 221 lobistas de las industrias de combustibles fósiles y petroquímica estuvieron presentes en la negociación, formando una delegación que, de haber sido un solo bloque, habría sido la más numerosa del proceso —superando incluso a la Unión Europea y sus miembros juntos.

En contraste, las voces de países insulares amenazados, comunidades indígenas y científicos independientes apenas representaban un eco testimonial. Aunque llevaron datos críticos sobre los impactos del plástico, su capacidad de influencia fue mínima.

Greenpeace lo dijo claramente: muchos gobiernos buscan un acuerdo firme, pero permiten que “un puñado de actores que defienden los intereses de la industria” diluya esa ambición. Su mensaje es contundente: no podemos esperar un resultado diferente si mantenemos a los mismos actores dictando las reglas.

Por eso, mientras los expertos exigían recortes del 75% en plásticos de un solo uso hacia 2040, los lobistas petroquímicos trabajaban en simultáneo para eliminar cualquier mención a “límites de producción”.

El precio de la avaricia

Las consecuencias de este nuevo fracaso son tan claras como alarmantes:

  • Producción fuera de control: la OCDE estima que de las 435 millones de toneladas de plástico en 2020, llegaremos a 736 millones en 2040, un aumento del 70%. Y lo peor: solo el 6% será reciclado.
  • Basura acumulada: de los 9,200 millones de toneladas de plásticos producidas en la historia, el 75% ya es basura que contamina suelos, ríos y mares.
  • Ríos convertidos en vertederos: un estudio global reveló que el 66% de los residuos recolectados en ríos de ocho países son plásticos, y apenas el 14% logra reciclarse.
  • Salud humana en riesgo: cada persona ingiere alrededor de 250 gramos de microplásticos al año. Estas partículas ya están asociadas con problemas hormonales, reproductivos y enfermedades graves.
  • Ciudades vulnerables: solo en lo que va de 2025, Conagua retiró casi 35 230 toneladas de basura de la red de drenaje del Valle de México. Aun así, las lluvias torrenciales han vuelto a provocar inundaciones severas. No todo se explica por falta de inversión pública o por el civismo de la ciudadanía: vivimos en un sistema que produce demasiada basura, demasiado difícil de gestionar, y los plásticos están en el corazón de ese colapso urbano.

Greenpeace lo resumió con contundencia: “Un solo país puede frenar el futuro del planeta”. Se referían a Arabia Saudí, el líder del bloque petrolero que, junto con sus aliados, utilizó las reglas de consenso para bloquear cualquier cláusula que limitara la producción de plásticos. En Ginebra, la voz de cientos de delegados petroquímicos pesó más que la de comunidades enteras afectadas por la crisis.

En resumen: el mundo seguirá inundándose de plástico porque la codicia de unos pocos pesa más que la salud de todos.

México y el sur global: luchando contra la marea

México, junto con varios países latinoamericanos, defendió la necesidad de un tratado con dientes: reducción obligatoria de plásticos de un solo uso y plazos concretos para la transición. Tras el fracaso, la canciller Alicia Bárcena lo dejó claro: “México seguirá luchando contra el plástico, aunque la ONU haya fallado”.

Pero el esfuerzo de un solo país es insuficiente frente a una industria que factura billones. El cambio necesita un frente global.

El plástico: amor tóxico, adicción mundial

El problema es estructural. El plástico es barato, versátil y omnipresente. Nos dio envases ligeros, equipos médicos, electrónicos, ropa… pero se convirtió en una adicción planetaria.

Hoy el 40% del plástico que se produce se usa una sola vez y se desecha en minutos. Y como está hecho para durar siglos, no desaparece: se fragmenta en micro y nanoplásticos que invaden la cadena alimentaria y hasta la placenta humana.

El plástico es un “amor tóxico” del que no sabemos —o no queremos— desengancharnos.

¿Qué significa este fracaso?

El fracaso del tratado no es solo un golpe diplomático. Es un recordatorio brutal de cómo funcionan los equilibrios de poder:

  • La codicia petrolera pesa más que la ciencia.
  • La salud humana se vuelve moneda de cambio en mesas de negociación.
  • El planeta entero queda rehén de los intereses económicos de unos cuantos.

Como dijo Greenpeace: “Es mejor no tener un tratado que firmar uno que legitime el desastre”.

¿Y ahora qué?

El proceso no está muerto: habrá nuevas rondas de negociación. Pero si no cambia la metodología —para evitar que un solo país bloquee acuerdos globales—, el escenario se repetirá.

La pregunta es: ¿cuánto tiempo más aguantaremos el costo de la inacción?

Cada año que pasa sin reducir la producción significa más plásticos en nuestros cuerpos, más basura en los océanos, más drenajes colapsados, más vidas afectadas

Lo que podemos hacer (y exigir)

Sí, la acción individual importa: reducir consumo de plásticos de un solo uso, elegir alternativas, presionar a empresas. Pero el verdadero cambio vendrá cuando la ciudadanía exija a los gobiernos:

  • Prohibiciones reales a plásticos innecesarios.
  • Inversión en alternativas biodegradables y circulares.
  • Transparencia sobre los impactos de la industria petroquímica.

En México, por ejemplo, aunque desde 2020 está prohibido el uso de plásticos de un solo uso en la Ciudad de México, y más recientemente se ha avanzado en restricciones nacionales, todavía vemos unicel todos los días en mercados, fondas y supermercados. Esto refleja que las leyes sin vigilancia ni alternativas efectivas terminan siendo letra muerta.

El poder ciudadano es lo único que puede contrarrestar al lobby petrolero.

La codicia tiene nombre, pero la resistencia también

El fracaso del tratado global contra el plástico no es el final de la historia. Es un recordatorio de que la codicia petrolera tiene nombre y rostro… pero también de que la resistencia ciudadana puede ser más poderosa que cualquier lobby.

Porque cada bolsa, cada envase y cada microplástico en nuestra sangre cuenta una misma historia: la de un planeta secuestrado por la avaricia.

Y como generación, no tenemos opción: o nos liberamos, o el plástico nos sepulta.

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