Ya estuvo con tanta contaminación, ¿no?
En San Nicolás de los Garza, Nuevo León, los vecinos no solo lidian con tráfico pesado, sino con algo mucho más grave: un aire lleno de plomo, cadmio y arsénico. La planta de Zinc Nacional, que lleva más de 73 años operando, ha sido señalada como una de las principales responsables de este desastre ambiental. ¿Qué produce? Óxido y sulfato de zinc, materiales que se usan en industrias como la construcción, pero cuyo proceso de producción deja un rastro tóxico que afecta directamente a las familias de la zona.
¿Qué tan grave está la cosa?
Un estudio de la UNAM reveló niveles alarmantes de metales pesados en el polvo y suelo alrededor de la planta. Estos contaminantes, además de ser supertóxicos, están relacionados con enfermedades graves como cáncer, problemas respiratorios y daño neurológico. Desde 2018, al menos siete vecinos han muerto de cáncer y muchos más reportan síntomas como mareos y fatiga.
¿Y la Profepa?
Tras los hallazgos del estudio, esta semana la Profepa le cayó a Zinc Nacional, encontró que 15 de sus equipos de control de emisiones ni siquiera tenían licencia, y ordenó su clausura temporal. Suena bien, ¿no? Pues no del todo, porque mientras la empresa asegura que cumple con las normativas, reportes como el de Aristegui Noticias sugieren que la planta sigue operando parcialmente.
Apenas es la punta del iceberg
El caso de Zinc Nacional expone un problema más grande: las leyes ambientales en México están tan rezagadas que permiten hasta cinco veces más contaminantes que en Estados Unidos. Así lo señaló Martín Soto, investigador de la UNAM, quien también destacó que esto deja a muchas comunidades expuestas a tóxicos mientras las industrias se libran de consecuencias reales.
Los vecinos no solo quieren que esta clausura sea definitiva, sino que exigen cambios para que nadie más tenga que vivir respirando veneno. Porque, seamos honestos, ¿quién quiere crecer en un vecindario tóxico?